martes, 20 de abril de 2010

Síndrome de cuerdas gastadas

¿Saben, señores y caballeras, de esas personas lánguidas, tristes, apagadas?¿Esas que te cruzas por la calle y no te llaman la atención, que se toman un café a tu lado y ni siquiera dedicas tu tiempo a observar?
Personas con el corazón prácticamente vacío, con el alma recostada vagamente en algún rincón de esos sórdidos y entumecidos cuerpos. Personas que han perdido la sonrisa en los ojos, la alegría en los labios...
Personas dedicadas a su monotonía, a las que la ilusión se les ha ido desgastando poco a poco; aunque,bien es verdad, aún quedan rescoldos de lo que fue llama, y solo hace falta un pequeñísimo gesto para volver a avivarla...

Como una cuerda gastada, te lo digo yo. Esas cuerdas, usadas y reusadas por los mismos aún inexpertos dedos. Acariciadas a veces con ternura, a veces con furia, con dureza... incluso con un aire divertido; y siempre con una pasión inimaginable.
Cuerdas que ya no dañan las yemas de los dedos como antes. Cuerdas que han cambiado hasta de color por el gran desgaste. Que incluso tiñen de negro los callos de tus dedos, para que recuerdes que están ahí...Cuerdas que han cambiado de sonido.
Ya no son las que eran, no tienen brillo, ni tacto, ni color. Incluso tu guitarra no parece la misma, ¡¡si ni siquiera se dejan afinar bien!!
Hace tiempo que quiero cambiar mis cuerdas, pero siempre que me acuerdo ando sin dinero...
¡Qué síndrome más feo!

Una sensación extraña.

La amaba y odiaba a la vez. La necesitaba, y también quería repelerla. Se sentía extraño.

Odiaba cómo ella pretendía organizar su vida. No le proponía planes, sino que le daba órdenes. Y él, engatusado, hechizado... siempre la obedecía en todo, con una amplia sonrisa. Hubo un tiempo en el que se hartó, y comenzó a contradecirla en todo lo que decía o quería hacer; pero nunca le salió bien, tenía el corazón demasiado blando. Acabó cediendo.

Amaba su sensibilidad. Su bella delgadez y cómo se movían sus manos. La caída de su pelo (aunque no su color) y su originalidad al vestir, extravagante y personal.

No le gustaba su cara (aunque casi siempre la encontraba arrebatadoramente hermosa), y tampoco cómo olía su cuello. Siempre aguantaba la respiración cuando le abrazaba.
Era demasiado sincera. Una sinceridad violenta, directa... que le hacía daño la mayoría de las veces.

Adoraba su dulzura con él. Era tan atenta... Sentía una gran dependencia hacia ella. Era resuelta, enérgica, en extremo independiente, y se diría que le gustaba resolver problemas (tanto ajenos como propios). Le rondaba todo el día en la cabeza, aunque rara vez la llamaba, ya que ella apenas tenía tiempo de verle fuera del trabajo.

Odiaba su ambigüedad. Su perenne tonteo. Fuera con quien fuese. Una mano en la pierna, un susurro tentador, un guiño en la parte crucial de una frase, una pelusa imaginaria en un escote... Tenía miles de tácticas, a cada cual más avergonzante para él (ya se las tenía todas caladas).

Era una relación muy peculiar. Cuando estaban bien, se respiraba amor y alegría por todas partes. Pero solo un gesto o una palabra torcida podía estropearlo todo; y hacía que saltaran chispas. Chispas que desembocaban en un fuego realmente difícil de apagar. Aún así, sigue
buscándola cada día, pues la necesita para no dar un paso en falso y tropezar en su vida.

Nunca podrá deshacerse de ella... ni de esa sensación extraña.

viernes, 2 de abril de 2010

Shakespeare...

Claudio. - Y bien, Hamlet, ¿dónde está Polonio?


Hamlet. Ha ido a cenar.


Claudio. - ¿A cenar? ¿Dónde?


Hamlet. – No a donde coma, sino a donde es comido, entre una numerosa congregación de gusanos. El gusano es el monarca supremo de todos los comedores. Nosotros engordamos a los demás animales para engordarnos, y engordamos para el gusanillo que nos come después. El rey gordo y el mendigo flaco son dos platos diferentes, pero sirven a una misma mesa. En ésto para todo.


Claudio. - ¡Ah!


Hamlet. – Tal vez un hombre puede pescar con el gusano que ha comido un rey, y comerse después el pez que se alimentó de aquel gusano.

Claudio. - ¿Y qué quieres decir con eso?



Hamlet.Nada más que manifestar cómo un rey puede pasar progresivamente a las tripas de un mendigo.


(Fragmento de las páginas 123-124)

jueves, 1 de abril de 2010

Estallido musical.

-"Dame un mi bemol"

-¿No querrás un la?

-"No.... un puto mi bemol....."

Exasperación. ¿Cuánto habrá que girar la clavija para que la cuerda no aguante la tensión, y rompa? ¿Perdería un ojo en el intento?

Muchas veces he pensado.... ¿Cómo me sentiría si cogiese mi guitarra de un puñado de miles de euros, la cogiera por el mástil y con fuerza, la golpeara contra el suelo? ¿Alivio? ¿Tristeza? Congoja (los luthiers son caros).

Me miro los dedos. Negros, encallecidos y despellejados. Nunca me gustaron mis manos. Son absurdas. La mano derecha con uñas largas (excepto el meñique). La izquierda, uñas cortas (excepto el pulgar). Y estas repulsivas y destrozadas yemas..... Callos formados una y otra vez a base de horas de mi vida pisando, ligando, poniendo cejillas, arpegiando, haciendo glissandos.................................................................. ¡¡PLAF!!

¿Por qué todo el mundo envidia lo que hago? Yo me siento desgraciada la mayor parte del tiempo. Demasiado sacrificio. Aunque... cierto, nunca me gustó lo fácil, lo vano, lo sencillo...

Este mundo... lleno de ególatras, de falsas sonrisas, de poco reconocimiento... Pero también repleto de gente mágica, que te remueven por dentro con un empujón sonoro, que te hacen vibrar las entrañas, sonreír para tí mismo y sentir puntiagudos escalofríos. Incluso te hacen soltar unas lágrimas, que rápidamente secas esperando no haber sido descubierto.... Quizá por este tipo de cosas estoy aquí, quizá por un mísero minuto de magia todo merezca la pena... Habrá que comprobarlo... ¿no?

Una pieza de mis tropiezos

Me encuentro sentada de forma erguida, en el comedor. Sostengo el tenedor con la mano derecha. Mastico los pocos granos de arroz que tengo en la boca pertenecientes a mi comida del día: paella. Ya hace rato que se quedó fría. Tengo los ojos clavados en el infinito.
La televisión está puesta, pero ni siquiera la escucho. Tampoco pestañeo. Sólo pienso.
El desagradable sonido del teléfono móvil me despierta del letargo. Es él. Cuelgo y vuelvo a mi estado comatoso.

Destrozada por dentro.
Noches estupendas, gestos maravillosos... cariño katársico. He desarrollado alergia al amor.
He dedicido rendirme.

No encuentro amor, ni siquiera respeto. Y estoy harta de traficar con mi cuerpo...
Pero me queda un gran vacío, él se llevo todas sus cosas. Y ahora intento llenarme con hojas manchadas con letras (María), música y buena conver(sen)saciones.

Mi búsqueda ha fracasado, una y otra vez.
Quiero esperar y ser encontrada por ese "otro yo" que quiera compartir su vida, su forma de ver el mundo, sus secretos, sus manías y sus innegables virtudes, con esta pequeña lunática a la que han herido tantas veces el corazón...corazón (malhumorado y desconfiado) que seguramente no podrá volver a ser el de antes, pues las heridas profundas nunca cicatrizan del todo.

¿Quién va a querer a un feo corazón lleno de rasguños?

Domingo soleado en soledad.

Abro los ojos. Domingo. El sol entra por las rendijas de la ventana y por debajo de la puerta. Se está tan bien en la cama... calentita, con mis dos kilos de mantas por encima y mi cuerpo rodeado de cojines... Tras varios esfuerzos, consigo levantarme.
Ahora tengo frío (maldita manía de no usar pijama...). Me quedo de pie, observándome en el espejo del armario. Menudo despojo humano estoy hecho...
Rápidamente abro la ventana y subo la persiana. El sol reflejado en las ventanas circundantes me deslumbra. La gente charla animada en el bar de abajo.

Hoy es mi día.

Me ducho tranquilamente, dejando que el fuerte chorro de agua choque contra mi maltratada espalda, sintiendo el agua correr entre mi pelo, por mi cara... Mi parte favorita: cierro el grifo y me enjabono. Me encanta estar completamente cubierta de espuma (aunque en realidad, creo que lo que me gusta es estar cubierta de cualquier cosa, porque el barro también me apasiona). Elijo mi ropa cuidadosamente (cierto, aunque no lo parezca) , me maquillo un poco, me seco el pelo sin peinarme y recopilo mis objetos imprescindibles: cámara de fotos, libro, bloc de notas y mi bicicleta; una Torrot antigua, roja. A pesar de las burlas de mis amigos... es una bicicleta preciosa, muy especial.

Por fin salgo a la calle. El sol calienta en su punto perfecto gracias a una agradable brisa sevillana. Montar en bici es una de mis actividades favoritas. Sentir esa velocidad (aunque moderada, lo sé) esa señora mayor increpándome por un posible atropello (provocado por ella, evitado gracias a mí...) Me detengo un momento en Plaza de España y me asomo a ver el mapa de Badajoz. Me sorprende notar mi poca añoranza hacia mi tierra, nunca llegaré a entenderlo.
Entro al Parque de María Luisa, desierto a estas horas. Maldita sea, siempre me pierdo en este parque. Mis tripas comienzan a quejarse, así que pongo rumbo a la Alameda, no sin disfrutar ya de paso de la mágica judería y la majestuosa catedral.

La Alameda. Vaya cambio. Anoche, era lugar de esparcimiento de diversas tribus urbanas.
Mis favoritos: los hippies, por supuesto. Con sus malabares, sus perros, sus guitarras, su percusión... Ahora quienes habitan el pintoresco lugar son las familias. Matrimonios con sus hijos, esos enanos ruidosos y encantadores que abarrotan los parques infantiles. También hay parejas de ancianos (cómo envidio ese amor ya quizás octogenario) o gente "unindividual"... como yo. Paso con la bici por encima de una de esas fuentes a ras de suelo, me agrada sentir esas gotitas de agua por todo el cuerpo; aparco, y me acerco al Esquivel.
Siempre desayuno un café con leche, con media tostada de tomate. Es ley.
Saco mi libro y disfruto de un buen desayuno junto a Dostoievsky. Termino, pago y emprendo
camino hacia mi objetivo principal.

No es nada del otro mundo, pero aún así y sin tener nada que ver con lo que me dedico es otra de mis actividades favoritas. El museo y el mercado de arte.
Primero entro al museo, a ver si hay algo nuevo. Genial. Exposición de Murillo.
Salgo pasadas dos horas.
El mercado es lo que realmente me interesa. Verdaderos artistas anónimos. Verdaderos locos incomprendidos. Almas con personalidad propia, creativas, inmortales...
La plaza bulle de alegría, es toda una explosión de colores, de arte, de personajes, de cultura...
Paseo mi mirada por cada lienzo, por cada lámina, por cada persona... ansiosa por captar la magia. Aunque hace tiempo la encontré. Un pintor. Portugués. Hombre original y auténtico donde los haya. Con una larga barba blanca, despeinado el cabello, un pañuelo rojo al cuello, camiseta a rayas azules y blancas, pantalón vaquero... su mirada tiene un aire de locura. Aire reflejado también en su arte.
Saco mi cámara de fotos y hago un par de instantáneas, siempre con miedo a que se dé cuenta. Alguna vez hablaré con él; quiero hacerlo desde hace meses.
He de reconocer la poca originalidad del artista sevillano. Cuadros y cuadros con la misma temática: el puente de Triana, la catedral, una virgen, un cristo, otra vez el puente, un balcón con flores, una fachada típica, la catedral de nuevo, más vírgenes... Supongo que es lo que vende.
Me acerco a la "zona joven", como la llamo yo. Chavales de mi edad, más o menos, metidos ya en este complicado mundo. Se dedican a las láminas dibujadas con lápiz óptico (creo que se llama así). Imposible mirar tranquilamente sus dibujos con sus miradas clavadas en mi persona. Mi falta de autoestima unida a mi inestabilidad hacen que prácticamente huya de sus campos visuales.
Una vez satisfechos todos mis sentidos, repleta la tarjeta de memoria de la cámara y alguna que otra página del bloc escrita, pongo rumbo al río.

Elijo un lugar con césped, sin sombra, y me tumbo. Cierro los ojos, intento no pensar, solo escuchar. El rumor del agua, los chicos en piragua y el maldito alemán del megáfono, un pez que salta, los gansos (abro los ojos y me incorporo, les tengo pavor). Están en la orilla de enfrente, no hay peligro. Vuelvo a relajarme.
Huele a tierra húmeda, mi olor favorito.
No sé cuánto tiempo puedo pasar así. Horas quizás. Horas conmigo misma. ¿Pero por qué? Si ni siquiera me caigo bien... Soy demasiado independiente, asocial, exigente, malhumorada... Realmente no me soporto.
Me incorporo, con cierto mareo, y vuelvo a la Alameda, a por una cerveza bien fría.
Sevilla es un pañuelo. Tropiezo con un compañero de Conservatorio. Me acompaña en la cerveza. Me estropea mi día conmigo misma. Porque es mi día, mi día dedicado a mí. Y es así simplemente porque no creo que haya nadie con quien compartir estas sensaciones, estos instantes, estos pensamientos... alguien que los (me) comprenda, que los sienta igual que yo, que los disfrute de la misma forma...

Y así, cada domingo, disfrutando y a la vez renegando de mi propia persona... Algún día alguien me acompañará... aunque tenga que comprarme un perro.