martes, 20 de abril de 2010

Una sensación extraña.

La amaba y odiaba a la vez. La necesitaba, y también quería repelerla. Se sentía extraño.

Odiaba cómo ella pretendía organizar su vida. No le proponía planes, sino que le daba órdenes. Y él, engatusado, hechizado... siempre la obedecía en todo, con una amplia sonrisa. Hubo un tiempo en el que se hartó, y comenzó a contradecirla en todo lo que decía o quería hacer; pero nunca le salió bien, tenía el corazón demasiado blando. Acabó cediendo.

Amaba su sensibilidad. Su bella delgadez y cómo se movían sus manos. La caída de su pelo (aunque no su color) y su originalidad al vestir, extravagante y personal.

No le gustaba su cara (aunque casi siempre la encontraba arrebatadoramente hermosa), y tampoco cómo olía su cuello. Siempre aguantaba la respiración cuando le abrazaba.
Era demasiado sincera. Una sinceridad violenta, directa... que le hacía daño la mayoría de las veces.

Adoraba su dulzura con él. Era tan atenta... Sentía una gran dependencia hacia ella. Era resuelta, enérgica, en extremo independiente, y se diría que le gustaba resolver problemas (tanto ajenos como propios). Le rondaba todo el día en la cabeza, aunque rara vez la llamaba, ya que ella apenas tenía tiempo de verle fuera del trabajo.

Odiaba su ambigüedad. Su perenne tonteo. Fuera con quien fuese. Una mano en la pierna, un susurro tentador, un guiño en la parte crucial de una frase, una pelusa imaginaria en un escote... Tenía miles de tácticas, a cada cual más avergonzante para él (ya se las tenía todas caladas).

Era una relación muy peculiar. Cuando estaban bien, se respiraba amor y alegría por todas partes. Pero solo un gesto o una palabra torcida podía estropearlo todo; y hacía que saltaran chispas. Chispas que desembocaban en un fuego realmente difícil de apagar. Aún así, sigue
buscándola cada día, pues la necesita para no dar un paso en falso y tropezar en su vida.

Nunca podrá deshacerse de ella... ni de esa sensación extraña.

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